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Guía práctica: cómo sobrevivir a la Feria de Cali

Calor, salsa y rumba ponen a prueba al turista ‘rolo’ en la gran cita de diciembre. Conozca las claves básicas — desde la hidratación hasta el autocuidado — para cuidarse, disfrutar sin excesos, entender los códigos locales de esta fiesta y no quedar — literal — fuera de lugar en la mejor época del año en la ‘Sucursal del Cielo’.

El cachaco llega a Cali convencido de que está preparado para vivir la fiesta más esperada del año. Trae ropa ligera, buena actitud y la certeza —equivocada— de que el cuerpo responde igual en cualquier ciudad. Media hora después, sin haber bailado un solo paso, ya está sudando. El chontaduro no liberó la energía anhelada y el raspao no fue el bálsamo fresco que esperaba. El aire acondicionado del taxi y una canción de Grupo Niche o Guayacán a todo volumen es lo último que recuerda antes de entrar al Salsódromo. La escena no es nueva y se repite cada diciembre.

De ese choque cultural parte la más reciente cápsula digital Amantes del Buen Vivir, de la Asociación de Importadores de Bebidas Alcohólicas (Prolicores), producida por la agencia elConserje, dirigida por Daniel Samper y presentada por Carmiña Villegas y Alberto Casas Santamaría. Dos voces icónicas de la elegancia, la conversación inteligente y el buen gusto que se propusieron una misión concreta: explicar cómo lograr que un cachaco vaya a la Feria de Cali y no haga el ‘oso’, pero, sobre todo, que disfrute y rumbee con moderación y responsabilidad.

A través de esta dupla, Prolicores apuesta por un enfoque poco común en campañas educativas: mensajes sobre el buen beber contados con humor, cercanía y memoria cultural, bajo la idea de que lo importante se aprende mejor cuando no se sermonea.

Reconocidos por su estilo cachaco y muy chirriado, pero ante todo amantes de la buena vida, usan una imagen muy caleña para ilustrar su charla: un típico bogotano en la ‘Sucursal del Cielo’ que, si no toma nota, puede quedar como pingüino en Barranquilla: sudado, desubicado y moviendo las aleticas sin ritmo.

Antes de brindar: reglas básicas para no arrancar perdiendo

Las recomendaciones que atraviesan la cápsula digital no nacen del regaño ni del mito urbano: son reglas simples, respaldadas por ciencia básica, explicadas con un lenguaje amable y fácil de recordar.

La primera advertencia suena a mantra y debería estar escrita en la entrada de la ciudad: “hidrátese antes de que lo hidraten”. El cachaco suele subestimar el calor caleño. Cree que una ronda no importa. Importa. Tomar agua antes, durante y después de cada trago no es un gesto de debilidad, es una estrategia de supervivencia. El que no lo hace termina viendo el alumbrado navideño, aunque ya sea marzo, o creyendo que el semáforo le está marcando el paso. Aquí el agua ordena la noche.

Luego aparece el error más común: creerse genio. Pensar que el cuerpo aguanta igual que en Bogotá, que comer puede esperar o que “a mí no me pasa”. En la capital del Valle del Cauca, comer no es opcional. Y por fortuna, las opciones sobran. Empanadas, aborrajados, marranitas, pan de bono y el sancochón funcionan como un seguro de vida. Beber con el estómago vacío es la vía rápida para escucharse cantando Cali Pachanguero en siete tonalidades distintas, todas fuera de tono.

La cápsula insiste en un detalle que el visitante capitalino suele ignorar: el orden. Primero agua, luego comida, después trago, no al revés. Ese pequeño ajuste permite administrar energía en una feria que no es una noche larga, sino varios días seguidos. Aquí la resistencia no se improvisa; se goza.

Más tarde llega el espejo. El cachaco se mira y duda. ¿Me adapto o me disfrazo? La respuesta es clara. Quitarse la corbata está bien; remangarse la camisa, también. Lo que no funciona es el cosplay. Zapato blanco, calzonarias o atuendos pensados para “verse caleño” solo delatan inseguridad. En Cali se valora la actitud, no el disfraz. Y sobre el baile, conviene asumirlo con humildad: los vallecaucanos nacen con swing; los cachacos, con formulario de notaría. Si baila como robot, abrácelo. Nadie espera perfección, sí respeto por el ritmo.

Vestirse, beber y parar a tiempo: consejos para disfrutar sin excesos

En algún punto de la noche aparece una botella misteriosa. Siempre aparece. Un amigo, un primo o el vecino del lado la ofrece con entusiasmo. Ahí la advertencia es directa: si el licor no tiene etiqueta, tapa original o huele a laboratorio, eso no es trago, es química nivel tres. Botella original, tapa intacta y líquido sin inventos. Nada de submarinos, nada de mezclas raras, nada de botellas que parecen champú. Y ojo con lo demasiado barato: lo que cuesta poco en la mesa suele cobrarse caro después.

El cuerpo también habla. Cuando el cachaco empieza a sudar como acordeonero en pleno concierto, no es heroísmo, es una señal. Pare, respire, tome agua y coma algo. La Feria de Cali no es una maratón ni una competencia de resistencia. Dosificar energía es parte del plan: no todo pasa en una noche y no todo hay que vivirlo al tiempo.

Finalmente, hay una regla que no admite discusión. Si va a tomar, no maneje. Nunca. En la ciudad hay taxis, aplicaciones, amigos y hasta algún caleño generoso dispuesto a ayudar. Subirse al volante después de beber no es valentía, es irresponsabilidad. Una cosa es cantar “Cali nos dio un nuevo cielo” y otra muy distinta es ver las estrellas por motivos equivocados. Al volante no se suba ni para prender el aire.

El cierre de la cápsula digital no deja lugar a dudas: beber bien no es beber más, es saber beber. La Feria de Cali no pide que el cachaco cambie de identidad, solo que entienda dónde está. Cuidarse, comer, hidratarse y saber parar no son detalles menores; son la línea que separa una buena historia de una mala experiencia. La ciudad abre los brazos, pero también pone límites. Al visitante atento lo adopta; al confiado, lo corrige. Quien aprende la lección baila, celebra y vuelve queriendo repetir.

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